lunes, 21 de octubre de 2013

¿QUÉ SON LOS VALORES? (II)

APORTACIONES PARA EL DEBATE EN EL FORO DE ÉTICA Y POLÍTICA (Continuación)


LAS BIENAVENTURANZAS (Mt.5, 3-12)

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.



c) Los valores se reclaman unos a otros, dada la estructura multidimensional y unitaria de nuestro ser y del ser en general. Cuando queriendo realizar un valor desvalorizamos otros Valores del Ser, ocurre que la realización del valor no posee la universalidad que le es inherente. Cuando el ejercicio de la libertad revela negligencia con la justicia, o hasta resistencia a la misma, es que dicha libertad es más bien el disfrute de un privilegio. Pero son precisamente los hombres más libres los que más se oponen a los privilegios.

Donato Bramante, La escalera de caracol (1512)

El pensamiento reclama la praxis, pues es en ella donde se realizan las posibilidades que aquél pone de manifiesto en el objeto del mismo, y, asimismo, la praxis reclama la unidad de sentido que es necesaria para la coherencia de toda realización. Pero la unidad de sentido solo el pensamiento la proporciona. Cada valor es, por decirlo así, una llamada a la vocación de los otros valores.

 d) Si como hemos dicho en el apartado anterior todos los valores se reclaman unos a otros, en la media que un valor se desarrolla siempre reclama plena conciencia de sí. Lo cual pone de manifiesto la esencialidad de la conciencia como valor, y, por tanto, como condición de valorización de todos los valores. Ya hemos mencionado en otras ocasiones que un universo que carezca absolutamente de conciencia es un universo que en sí mismo no se diferencia de la nada, lo cual equivale a decir que carece de valor. La conciencia es, pues, el hontanar primigenio de todo Valor, y de ahí que todo Valor reclame autoconciencia.


Luca Giordano, El Juicio de Salomón (1690)

La fuerza del relativismo estriba en que primero experimentamos los Valores y/o los antivalores, pero el proceso por el que los mismos se hacen plenamente conscientes es histórico. Con el inconveniente añadido de que la conciencia que de ellos se posee está mediatizada por los intereses de grupos humanos cuya posición dominante sobre los otros grupos se trata de legitimar mediante una concepción de la Justicia -Valor determinante para el verdadero progreso humano- que obviamente les favorece a ellos. Por tanto, no se trata en este caso de simple progreso de concienciación, o mejor dicho de autoconciencia, similar al progreso del conocimiento científico -el cual, dicho sea de paso, tampoco ha sido inmune a las resistencias de cosmovisiones interesadas-, sino que el conocimiento auténtico de la esencia de un Valor implicaba, e implica, el cuestionamiento de los supuestos méritos que algunos grupos humanos exhiben para legitimar la posición de privilegio que ocupan en el orden social.


De igual manera que el concepto de salud que la medicina ha tenido durante prácticamente toda la historia ha contribuido en una media bastante considerable a arruinar aquello que pretendía mejorar, asimismo la Justicia, concebida simplemente como instrumento de restablecimiento del orden legal, ha sido una de las fuentes de mayor injusticia en las relaciones entre los hombres. Pero esto no significa que tanto la conciencia de salud como de justicia sean necesariamente relativas. Si bien el conocimiento de la salud , al tener un objeto tan complejo como el cuerpo humano ,y que depende en gran medida de tecnologías y técnicas imposibles para otros tiempos, ha tenido un progreso necesariamente lento, sin embargo, en relación con otros valores, el verdadero obtáculo para su comprensión ha sido la concepción de que la realización de los valores merece una recompensa. La idea de mérito, asociada a la realización de los valores y la legítima recompensa del mismo, ha dado lugar ,y sigue dándolo a nuestro entender, «al egocentrismo», tanto a nivel individual como colectivo, que, de igual manera que el geocentrismo vigente hasta Copérnico y Galileo, impidió comprender la verdadera trayectoria de los astros.


Joaquín Sorolla, Niñas en el mar (1909)

La auténtica realización de un Valor es una y la misma cosa que la realización de una dimensión esencial de nosotros mismos. Ahora bien, ¿qué recompensa merece ser lo que somos? Sencillamente esa es la recompensa. Y esa es a su vez la gran lección de los grandes maestros: ¿qué recompensas demandaron Confucio, Buda, Jesús, A. Einstein, Francisco de Asís, etc.? Solo la vanidad exige recompensas, pero ésta lo que revela es que no se ha llegado a la justa realización de lo que se es. No obstante, a los que se encuentran en esta situación, más bien se les debe de ayudar que recompensar.


Es lo que sucede con el valor salud. Tan absurdo es recompensar al que está sano como al que no lo está. El primero goza de un bien que tiene valor por sí mismo, mientras que el segundo lo que necesita es recuperar lo que ha perdido. Solo la percepción de los Valores desde el egocentrismo de grupo e individual impide comprender la realidad de los mismos, y, como tal, es una barrera para su autoconciencia, y con ello se nos hace imposible el ver que es en ellos donde se nos revela la gratuidad del Ser. Esto es: que no somos instrumentos de nada ni de nadie y que, por tanto, nuestra realización ha de ser un fin en sí misma, lo que implica que nuestras realizaciones, en la relatividad que es propia del contexto donde se llevan a cabo, siempre han de estar orientadas a dicho fin.


Darío de Regoyos, El maíz, Irún (1900)

La experiencia de la gratuidad es la verdadera experiencia de la libertad, pues en ella se revela el origen de la misma, dado que en toda realización gratuita se ha trascendido el encadenamiento de causa y efecto propio de la necesidad. Ahora bien, esta experiencia, la de la libertad o gratuidad del Ser, se da en las diferentes formas de ser que son los auténticos Valores, porque éstos no son nada a no ser en su permanente realización; y ésta es realmente libre solo si se realiza por sí misma.


El relativismo siempre busca una causa para todo, y de ahí que sean estas realidades que llamamos Valores la que menos comprenda. Cuando el relativismo pregunta sobre la «causa» del amor ya está considerándolo como un medio o efecto de algo, siendo reducido en general a causas químico-biológicas. De aquí la esperanza de arreglar los problemas amorosos con una adecuada quimioterapia. Pero en el Amor como en la Justicia, ambos Valores del Ser, solo su pleno ejercicio posibilita su comprensión. El que ama no necesita razones para amar, pues se encuentra ante una presencia inmediata de su ser. Amando es él mismo, y, como tal, libre. Es una realidad que tiene sentido por sí misma de principio a fin; y es por eso por lo que solamente  por la plena experiencia de la misma se puede conocer. No obstante, el saber o conciencia del amor es asimismo un saber amoroso que se reconoce como una presencia necesaria en todos los valores. Como una presencia inmediata del Ser, el Amor no puede ser medido como pretenden los fisiólogos del amor, pues él es un patrón de medida en relación al cual las formas relativas de ser son más o menos. Es como si preguntáramos sobre el peso de un kilogramo. En este sentido, la bioquímica del amor es un efecto del ser amoroso, y no al contrario.



Si el amor alcanza o no su plenitud no depende en absoluto de nuestra bioquímica, sino del tipo de relaciones que los seres humanos mantienen entre sí. La instrumentalización de las mismas es, de hecho, una forma de represión del amor; pero, como bien descubrió Freud, no se puede reprimir sin consecuencias, ya que de ser así lo que forma  parte de nuestra autorrealización y, como tal, de nuestra libertad, se convierte en una demanda tiránica. 

Francisco Almansa González(Sigue)


Recomendamos relacionado con este tema: Los Valores del Ser, Nuevos valores para un nuevo tiempo y El cambio necesario de paradigma y la valoración del Ser.

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