jueves, 19 de septiembre de 2013

LOS VALORES DEL SER


Toda acción social, sea cual sea su objetivo, está mediada por valores. Asimismo, toda crisis social es en última instancia una crisis de valores. Ahora bien, éstos no son simples ideales carentes de realidad que servirían para darle un sentido a nuestras decisiones en relación a esta última. No. Los valores nos orientan precisamente porque poseen realidad. Son a la vez metas y realidades; y precisamente por eso valen. El valor de ser libre consiste en el poder de fijarse metas conforme a las posibilidades de la propia singularidad. En este sentido, el valor del ser humano consiste, conforme a lo anterior, en ser el forjador de su propio futuro. Esto es: reconociéndose como él mismo en el cambio. Sin embargo, no todos los valores poseen el mismo valor. De aquí la importancia de distinguir entre aquellos por los cuales nos reconocemos como lo que somos -y que como tales son dimensiones esenciales de nuestra propia identidad-, y aquellos que son relativos a la afirmación de la misma, y, por tanto, solamente se pueden concebir en relación a otros. A los primeros les denominamos Valores del Ser, mientras que los segundos son los valores instrumentales.

           Un valor del ser sería, por ejemplo, la salud, pues ésta ha de ser afirmada por sí misma. Siendo precisamente la salud cuando el cuerpo también se afirma en mayor medida por sí mismo. Y es que un Valor del Ser es aquél en el que se expresa fundamentalmente la esencia del Ser: la de afirmarse por sí mismo. Ahora bien, si la salud es un valor del Ser, ha de ser necesariamente una meta. Todos queremos, si somos lo suficientemente racionales, que en el futuro nuestro cuerpo se afirme por sí mismo en lo posible. Sin embargo, la medicina es un valor instrumental en relación a la afirmación de la salud. Y la meta de la misma –la medicina- es, como en todo valor instrumental, el de restituir justo aquello que la hace prescindible.

         Conforme a lo anterior, se ve claro cómo el valor de los valores instrumentales es absolutamente relativo a los Valores del Ser. Lo cual quiere decir que éstos son los patrones que valorizan a los valores instrumentales, y no al contrario, ya que de ser así lo que ocurre es una auténtica perversión. La salud no tiene precio, porque ésta es una autorreferencialidad. Dicho de otra manera: la salud se produce a sí misma. Cuando se produce salud, no solamente física, sino también psicológica, ésta es una continua fuente de motivación para realizar actividades saludables. Es, como decíamos al principio, y como sucede con todo Valor del Ser, una realidad que se fija sus propias metas, o aquéllas cuya realización implica su propia afirmación.

            Otra característica de los Valores del Ser es su interdependencia. El tratar de vivir conforme a uno o más valores ignorando, prescindiendo o limitando a los demás, constituye a la postre un inevitable fracaso. En la sociedad egocrática capitalista se pone a la libertad individual como el alfa y omega de todos los valores; lo cual hace que éstos aparezcan como instrumentos al servicio de la misma. Ahora bien, sucede en ella lo que Jesús advirtió a Pedro: que «quien a hierro mata a hierro muere»; y es justo en este orden social donde el yo, que quiere ser absoluto en su libertad, resulta más instrumentalizado. El no ver los valores en su íntima unidad, sino más bien como una colección en que, en un determinado momento, unos nos interesan más que otros, es percibirlos como meros instrumentos dispuestos más o menos ordenadamente para ser utilizados conforme las circunstancias lo exijan. Se trata, como se ve, de una percepción egocéntrica de los mismos inherente a la sociedad egocrática que agoniza, porque el “yo soy” aislado es incapaz de ver a las diferentes formas del ser por sí mismas.

 
Puesta de sol en un puerto (1639), Claudio de Lorena
   
Los Valores del Ser son exigencias de vivir conforme a lo que somos, dado que son las dimensiones esenciales de nuestro ser, que habiendo sido objetivadas por la experiencia histórica y por la razón, nos hacen transparentes a nosotros mismos. Sin embargo, en la sociedad regida por la razón instrumental, se opera una inversión que pervierte la exigencia inherente a los valores del Ser: la de ser sus propias metas. No aisladamente, sino conforme a la ley del reconocimiento de lo que es Uno: que la afirmación de cada uno implique la afirmación de los demás. Pero en la sociedad instrumental egocrática todo tiende a percibirse como un simple medio. Las propias preguntas que nos hacemos nos delatan. No es extraño en absoluto encontrarse con preguntas en las que ya va implícita la respuesta, pues ésta, como bien sabemos todos, puede venir dada en el lenguaje que como fiel escudero acompaña siempre al lenguaje soberano. Nos referimos al lenguaje expresivo, que va desde el tono con que algo se pronuncia hasta los gestos que acompañan la locución. Cuando se pregunta que para qué sirve pensar, ya se está pensando en el pensamiento como un mero instrumento para otra cosa. Pero con ello se pone el pensar, y con ello a nosotros mismos –pues ¿qué somos si no pensamos?-, por debajo de cualquier ejemplar del reino vegetal. Si un alcornoque puede servir de ejemplo, aunque sea relativo del valor del ser, dado que cuando produce bellotas se está poniendo a sí mismo como meta, y además afirma a otras formas de ser, en cambio nos olvidamos de que el verdadero pensamiento lo que produce esencialmente son pensamientos, en los cuales se reconoce como lo que es: el que fija los límites de toda realización para que en la misma nos podamos reconocer como nosotros mismos, tanto desde el punto de vista del sujeto individual como desde el punto de vista de la acción colectiva. Pues no olvidemos que toda acción individual se incardina en el seno de una acción colectiva y a la inversa, ya que toda acción colectiva requiere necesariamente de las acciones individuales.

Pablo Ruíz Picasso, Cabeza de hombre (1902)
           Con la instrumentalización del pensamiento, considerado como un simple medio para obtener otra cosa, éste trata de encontrar el vínculo entre el yo y el nosotros, necesario en última instancia en toda realización humana, a través de fórmulas puramente instrumentales. Lo cual significa hacer de la sociedad un auténtico sistema instrumental que, dada su artificialidad, cada vez se vuelve más opresivo y costoso; sin conseguir por otra parte el objetivo que proponía: armonizar los comportamientos individuales y colectivos.

          Es falsa esa concepción del nacimiento del pensar racional que se basa fundamentalmente en la creación por parte del mismo de instrumentos de cálculo; pues la clave del inicio de la racionalidad del pensamiento es cuando éste establece la distinción básica entre yo y el nosotros, y busca la articulación unitaria entre los mismos. Es la tensión permanente entre estas dos dimensiones de nuestro ser lo que precisamente “da qué pensar”, y no es casualidad que la culminación de la madurez de la filosofía en Grecia, que es cuando ésta identifica Ser y Logos, coincidiera con una aguda crisis de identidad en el mundo helénico. Si la Razón, pues, nace de pleno derecho en la Hélade, es en primer lugar porque es allí donde la contradicción entre el yo y el nosotros se hace más aguda, y, por tanto, es allí también donde se busca con más ahínco cuál es el verdadero orden del Ser por el cual sus diferencias se relacionan entre ellas como lo que son. Dicho de otra manera: se busca la Razón como Armonía. Ésta es precisamente la diferencia entre la madurez alcanzada en el origen de la Razón y el fin de la misma hoy plasmada en la razón instrumental, en la que la Unidad en el cambio que supone la Armonía ha sido sustituida por la lucha por conseguir una mayor ventaja en el cambio. Esta razón instrumental no es otra que la razón de ser del capitalismo y de todas las instituciones que lo sostienen.

           Llegados a este punto se pone de manifiesto la íntima conexión entre Razón y Justicia, pero esto es algo que proseguiremos en posteriores publicaciones.

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