viernes, 11 de octubre de 2013

¿QUÉ SON LOS VALORES? (I)



  NicolasPoussinEl Parnaso (1631-33),

APORTACIONES PARA EL DEBATE DEL FORO DE ÉTICA Y POLÍTICA

Francisco Almansa González

Los valores son aquellas formas de ser que de manera mediata o inmediata nos afirman como lo que somos, y que en tanto se han hecho conscientes se constituyen en imperativos de su plena y permanente realización. Por ellos se busca la reconciliación entre ser y deber ser.

Las conclusiones que se pueden extraer de la anterior definición son:    

  •  Los valores no son “ideales” que a la manera de las constelaciones del cielo, o sea, como algo muy lejano a nuestra realidad, constituyen unas referencias por las cuales guiarnos en nuestro incierto deambular por este mundo, pero que en su condición de horizonte nunca serán alcanzados, pues el horizonte, en tanto que tal, es lo que nunca se alcanza. Por el contrario, los Valores del Ser son lo más real que hay en nosotros, y es justamente por eso, por lo que nunca llegan a olvidarse. Es más, precisamente por su realidad es por lo que ellos mismos se ponen como horizonte, dado que es la mejor manera de que algo no se olvide. Pues empezamos a sumergirnos en la niebla del olvido cuando hemos perdido la voluntad de ser metas de nosotros mismos.

¿Quiere decirse con lo anterior que como los valores son realidades ya se rigen por ellos los seres humanos? La respuesta es sí y no. Pongamos como ejemplo la salud. Como un valor que es, todo proyecto que sobre el futuro hagamos tiene como presupuesto que poseeremos un mínimo de salud, que nos permita realizarlo. Pero si queremos conservar la salud en el futuro, ésta, de forma más o menos reflexiva, se convierte también en proyecto de sí misma. Se deben hacer determinadas cosas,así como, necesariamente evitar otras, para que la salud no se pierda en el futuro.

Sin embargo, la salud se pierde, y de resultas de lo mismo el ser humano se ve privado de muchas posibilidades que han sido arrastradas por la enfermedad. Y así la vida transcurre entreverada entre la enfermedad y la salud, pero es ésta la que no se olvida y sigue siendo la meta en todo momento. Y si nos olvidamos de la misma, es casi seguro que acabamos por perderla. La cuestión estriba en saber qué es necesario para que, de lo que de nosotros dependa, nuestros comportamientos sean saludables. Esto es: se rijan por las leyes de la salud.

Francisco de Goya, El albañil herido (1786-87)
Lo necesario es esencialmente el conocimiento de sus leyes, o lo que es lo mismo: la salud hecha plenamente consciente. Quiere decir esto que la salud como un Valor del Ser posee sus propias leyes de autoafirmación, pero que en el ser humano dicha autoafirmación es tanto más precaria cuanto menos consciencia se posea de la misma. Ahora bien, también sabemos cómo ese saber sobre la salud ha sido en gran parte de la historia un auténtico enemigo de la misma. Como bien expresa el dicho popular: “que es peor el remedio que la enfermedad”. Sin embargo, el saber sobre la salud forma una parte esencial en relación con la afirmación de la misma. De aquí que, por una parte, la salud sea una condición necesaria para todo tipo de realizaciones humanas, y, como tal, es una ley inapelable de las mismas; pero por otra, solo en la medida que la salud se hace presente en la conciencia como saber universal, se puede decir que nos regimos plenamente por ella. Y solo por este saber correcto, la salud se convierte, además de una realidad presente, en un proyecto colectivo de futuro. Algo que en definitiva es la vocación de todo Valor del Ser.


  •      Los Valores son formas de ser y, como tales, realidades; pero realidades que nos afirman como lo que somos. Esto es: por nosotros mismos. No en relación a otra cosa. A esta característica que es esencial a los Valores es lo que denominamos su gratuidad. Y todo aquello que atente contra la misma, aunque socialmente sea considerado como un valor, es en realidad un antivalor.

Con el triunfo de la razón instrumental tomada como paradigma absoluto de la razón, las preguntas se platean en general como si toda forma de ser fuese un instrumento. Es más frecuente la pregunta sobre la utilidad de los valores que la pregunta sobre la esencia de los mismos. Pero cuando preguntamos sobre su utilidad ya hemos presupuesto en ellos un valor instrumental. Ahora bien, con esto lo que se está haciendo es poner a la instrumentalidad como el valor patrón de todos los valores. Dicho de otra manera: un valor es tal, si sirve.

Puesta la instrumentalidad como valor supremo, los demás valores se valorizan o desvalorizan en función del valor instrumental que posean en cada momento. Y el valor instrumental que posee un valor en cada momento depende a su vez de la relación entre la oferta y la demanda del mismo. Y como el referente necesario donde concurren todos los valores somos nosotros mismos en nuestra calidad de seres humanos en tanto que tal, vemos cómo nos valorizamos, no en función de nuestra humanidad, sino en relación a una coyuntura favorable del mercado, que demanda en un momento dado ciertas habilidades consideradas útiles, no por otra razón sino porque se demandan. Esto es: porque es una oportunidad de obtener beneficios con ellas. De esta manera se habla, por ejemplo, de la «rentabilidad» de la cultura. Pero, asimismo, nos desvalorizamos como seres humanos si el mercado ya no nos considera útiles. Y no sirve para enmascarar este hecho la retórica de los políticos, que ponen todo su énfasis en declarar que en democracia todos somos iguales ante la ley, pues el cuidado por la salud como un proyecto social realmente igualitario, independiente de ofertas y demandas, es lo que de verdad nos valoriza en esa dimensión como humanos en tanto que tal. Y eso, ni aún con el denominado estado del bienestar, sucedió.

Pieter Brueghel, La cosecha de heno (1565)
Hemos dicho que los Valores del Ser son aquéllos que nos afirman por nosotros mismos, por lo tanto, son lo más opuesto a la instrumentalización. Ellos mismos, que no son sino nuestra realidad multidimensional unitaria hecha plenamente consciente, son los paradigmas de la gratuidad. ¿Qué quiere decir esto? Que su realización es la esencia misma de lo vocacional.

La vocación siempre es entendida en relación con una determinada forma de quehacer, por muy espiritual que ésta sea. Entendemos que se puede ser científico, deportista, sacerdote, etc., etc. por vocación. Sin embargo los valores y la vocación no suelen asociarse, cuando en realidad son ellos el fundamento de toda forma concreta de vocación.

Cuando decimos que los Valores son realidades hechas conscientes como imperativos de su plena y permanente realización, estamos diciendo que un valor es realmente un valor si su realización no significa agotamiento o conclusión, sino más bien lo contrario, pues un valor cuanto más alcanza su plena realización más se constituye en una meta de sí. Los Valores, pues, no son realizaciones que han de concluirse sino que, por el contrario, su fin, en la medida que alcanzan su plenitud, es la valoración permanente de toda otra forma de realidad. Y es así como ellos mismos se autovalorizan. Ahora bien, ¿en qué consiste el hecho de valorizar algo? Pues en diferenciarlo como un ser cuya relación con él sea la gratuidad. Esto es: que lo afirmemos por él mismo.

Fotograma de «Matar a un ruiseñor» (1962) de Robert Mulligan
Vemos cómo el verdadero Valor se pone como meta a sí mismo en tanto que fuente inagotable de valorización. Esa es precisamente su vocación: el valorizar. Esta vocación que es ser meta de sí misma, en tanto que valorizadora, es la que se experimenta en toda forma de actividad auténticamente vocacional:

            1º) Que la realización por ser plenitud en el presente es a su vez nuestro proyecto de futuro.

       2º) Que todo lo relacionado con el objeto de nuestra vocación ya no es mirado como algo instrumental, esto es: como un medio para otra cosa, sino que se le mira por sí mismo.

            3º) Se busca siempre nuevas posibilidades del objeto de la vocación.

            4º) Se concibe la vocación no como una actividad reducida al ámbito privado, sino que se resalta el valor social de la misma, por cuanto la valorización del objeto, dada en última instancia la unidad del Ser, es una forma de valorización universal. La valorización de la cultura -término hoy tan degradado, debido a su mercantilización a través del llamado turismo «cultural»- no es sino la valorización de todo quehacer propiamente humano que ,por lo mismo, nos revela o hace presente nuestra humanidad. De igual manera que existen antivalores, existe  lo contracultural.

El descubrimiento de la estructura del átomo y el poder de desintegrar el mismo, es un avance cultural, pero el hecho de construir y arrojar dos bombas atómicas, basándose en tales descubrimientos, constituye un acto de destrucción cultural que, como tal, es a su vez un acto de deshumanización y tanto más  cuando todavía se legitima tal hecho por parte de aquéllos que lo perpetraron.

Alminar de la Mezquita de al-Mutawakkil, Samarra, Irak, s.IX
La destrucción de la cultura es una y la misma cosa que la destrucción de los valores, y, en consecuencia, cercenar las mismas raíces de nuestra humanización. La gran falacia del mundo occidental es que siendo el principal productor de antivalores se presenta a sí mismo como el único garante de los valores, porque el hecho de su instrumentalización progresiva no es otra cosa que su progresiva desintegración.
 (continúa)

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