lunes, 13 de junio de 2011

ALGUNOS FINES IRRENUNCIABLES EN RELACIÓN A TODO PROYECTO POLÍTICO.

Nos encontramos en un momento crucial, límite. Un momento en el que, además, se ha demostrado el agotamiento de las acciones localizadas para la solución global de los problemas, a pesar del carácter paliativo que dichas actuaciones puedan poseer respecto a los abusos de un sistema esencialmente injusto. Ha llegado, pues, el momento de los fines universales para la resolución de problemas que son de índole global.

Para la definición de tales fines resulta imprescindible el esclarecimiento de los patrones esenciales que el ser humano debe poseer como referentes de sí mismo en sus principales esferas de actuación (o patrones autorreferenciales). Ello resulta crucial para conocer qué es a lo que fundamentalmente debemos aspirar y qué debemos principalmente defender, pues tales referentes se derivan de nuestro carácter esencial como seres que buscan afirmarse en la plenitud de su conciencia y de su cuerpo. El objetivo de dicho esclarecimiento es hacer verdaderamente posible la consecución de un orden social libre y solidario, pues sólo conociendo lo que nos hace auténticamente humanos podremos caminar hacia él.

René Magritte, La llave de los campos (1936)
Nos encontramos en la fase agónica de un paradigma terminal, basado en el presupuesto de progreso entendido como desarrollo permanente y exponencial de las fuerzas productivas (entendidas como todo tipo de técnicas y la tecnología en general). De dicho paradigma formaron parte igualmente las sociedades llamadas socialistas nacidas a raíz del ciclo de revoluciones inspiradas en el ideario marxista. En él se ha colocado al medio (nuevamente, dichas técnicas y tecnologías), esto es, a lo que sólo sirve, como centro absoluto, como pivote esencial del desarrollo social y humano. Sin embargo, el medio no es nada en sí mismo; es, por el contrario, lo que remite a otra cosa (fundamentalmente a nosotros mismos y a la naturaleza), por lo que no es de extrañar que en dicho paradigma tanto lo esencial del ser humano (incluso su supervivencia misma) como la propia naturaleza se encuentren hoy muy gravemente amenazados.

Se trata, pues, de construir un nuevo Presente. Y éste ya no puede ser otro que un Presente Transparente, llamado así porque es aquel en el cual todos nos podemos presenciar como lo que somos y, por tanto, reconocernos como Nosotros Mismos en todas las diferencias y en todos los cambios. Este presente transparente se diferenciaría del Presente Pasado de la antigüedad -que se definía en relación a un pasado ideal o edad de oro-, del Futuro Presente de las sociedades basadas en la utopía de un futuro mejor, basado tanto en una realidad espiritual como material (hoy vigente fundamentalmente a través de esta última, pues la fe en el progreso es esencialmente la fe en el desarrollo de la ciencia y la técnica), y también del Presente hoy vigente, que no es sino de transición, y que no se define sino por la necesidad un presente cualquiera (un “aquí y ahora” cualquiera). Este Presente Transparente del que hablamos se convierte, así, en el patrón autorreferencial más importante.

En función del anterior, debe definirse el patrón de autorreferencialidad relativo a la producción (y todo trabajo necesario es productivo, por cuanto en él siempre se produce un resultado que nos lleva, directa o indirectamente, al reconocimiento de nosotros mismos -punto primero). Dicha definición es necesaria para saber qué y para qué debemos producir, y también qué tenemos derecho a tomar o a recibir. Marx ya se acercó a él al entender a la fuerza de trabajo como generadora de todo valor, pero no lo completó al no cuantificar objetivamente la restitución de dicha fuerza de trabajo, considerándola relativa. Y aunque, en efecto, ésta varía en función de diversas coyunturas, tanto personales como históricas y sociales, sí que pueden llegar a establecerse unos parámetros básicos por los cuales medir la restitución de la fuerza de trabajo en su estado óptimo. Porque ésta no debe ser restituida sino de esta forma: en las mejores condiciones posibles, tanto físicas como psicológicas, en un momento y condiciones dados. Éste debe ser, por tanto, uno de los objetivos esenciales de toda producción, así como el límite a la hora de recibir o tomar. Ya que la vida digna no es sino ésta: la que toma lo justo para poder dar lo mejor de sí mismo. Porque la dignidad reside no en recibir, sino en poder dar. Y, en consonancia con lo anteriormente apuntado -el patrón de autorreferencialidad básico-, es precisamente el logro de esta dignidad lo que nos permitirá reconocernos como Nosotros Mismos en toda diferencia y en todo cambio.

Y si nuestra dignidad consiste principalmente en la capacidad y posibilidad de dar lo mejor de nosotros mismos, se perfila con ello el patrón autorreferencial de todo trabajo, que no es sino el trabajo libre o vocacional. A él, pues, es al que fundamentalmente debemos aspirar, conviniendo, pues, en el reparto y minimización del que llamamos trabajo dependiente (en general, el no vocacional), que debe ser en lo posible realizado por máquinas cuando no cumpla la condición siguiente: que el cuerpo humano sea el patrón autorreferencial de todo instrumento. Quiere ello decir que todo instrumento o medio debe adaptarse a las características propias del cuerpo humano con el fin de potenciarlo, desarrollando en él nuevas potencialidades, y nunca el cuerpo, por el contrario, adaptarse al instrumento, embotándose o atrofiándose en consecuencia.

Leonardo Da Vinci, El hombre de Vitruvio,canon del cuerpo humano (1490)
En relación al poder, y a la hora de dilucidar qué poder es legítimo y cuál no, es necesario establecer como patrón autorreferencial al que llamamos poder Original. Este es aquél por el cual todos sus fines son relativos a la afirmación del que es (o debe ser) su fin siempre presente: la afirmación de todo ser humano como un fin original o un fin en sí mismo. Por lo tanto, todo fin relativo concluye allí donde su prolongación amenace con convertirnos en medios, y, por lo tanto, podamos ser utilizados. Cuando un poder original o liberador busca perpetuarse afirmando un fin relativo como el fin absoluto (por ejemplo, el desarrollo científico-técnico), se convierte en un poder represor. Es por ello que en un orden libre y solidario, el estado debe ser el poder organizado de todos para afirmar, garantizar y desarrollar el poder de cada uno, siendo el único poder legítimo el inherente a ese orden libre y solidario.

Una vez expuestos estos patrones autorreferenciales básicos, cabe puntualizar lo siguiente acerca de los mismos:
  1. Un patrón autorreferencial es un fin en sí mismo, por lo que toda represión consiste en utilizarlos como medios.
  2. Todo lo que limite o impida la afirmación de dichos patrones referenciales constituye asimismo una forma de represión.
  3. La legitimidad de todo poder nace de ser un patrón autorreferencial. Un poder sin legitimidad es aquél que utiliza los patrones esenciales para sus fines puramente relativos.
  4. Una sociedad justa y libre es aquélla en la que las leyes de todas las leyes son los patrones autorreferenciales. 
Relacionados con estos temas le recomendamos: PRINCIPIOS SOBRE EL PODER (I) Y (II).

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