viernes, 31 de diciembre de 2010

LO POR VENIR

Y mi pequeña esperanza no es nada más que esa pequeña promesa de brote que se anuncia justo a principio de abril.

Y cuando se ve el árbol, cuando miráis el roble,

Esa ruda corteza del roble trece y catorce veces y dieciocho veces centenario,

Y que será centenario y secular por los siglos de los siglos,

Esa dura corteza rugosa y esas ramas que son

como un revoltijo de brazos enormes,

(un revoltijo que es un orden),

Y esas raíces que se hunden y empuñan en la tierra

Como un revoltijo de piernas enormes,

(un revoltijo que es un orden),

Cuando veis tanta fuerza y tanta rudeza, ese brote pequeño y tierno ya no parece nada.

Es él el que parece un parásito del árbol, que parece comer a la mesa del árbol. (…)

Pero es lo contrario, es él de donde todo procede. Sin un brote que apareció una vez, el árbol no existiría.

Sin esos miles de brotes, que llegan una vez a principios de abril y quizá los últimos días de marzo, nada duraría, el árbol no duraría, y no mantendría su puesto el árbol (y este puesto debe ser mantenido). (…)

Esta corteza áspera parece una coraza, comparada con este tierno brote. Pero la áspera corteza no es nada más que un brote endurecido, que un brote envejecido. Y por eso el tierno brote perfora siempre, surge bajo la dura corteza.

Hasta el guerrero más duro ha sido un niño tierno alimentado con leche (…).

Sin este brote, que tiene aspecto de poca cosa, que no parece nada, todo esto no sería sino leña muerta.

Y la leña muerta será arrojada al fuego.

Lo que os confunde es que esta corteza ruda os desuella las manos; y no movéis el tronco ni una milésima de milímetro; (…)

Mientras que el brote no se resiste nada bajo el dedo y simplemente con la uña, el primero que pase hace saltar el brote (…).

Y el brote no resiste nada. Además es que no está hecho para la resistencia, no está encargado de resistir.

Son el tronco y la rama, y esa raíz central los que están hechos para la resistencia, los encargados de resistir.

Y es la ruda corteza la que está hecha para la rudeza y la que está encargada de ser ruda.

Pero el tierno brote no está hecho más que para el nacimiento y no se le ha encargado sino que haga nacer.

(Y que haga durar)

(Y que se haga querer)

Y por otra parte yo os digo, dice Dios, que sin ese brote de abril, sin esos miles de brotes, sin ese único brotecito de esperanza (…) toda mi creación no sería más que leña muerta.

Y la leña muerta será arrojada al fuego.

Y toda mi creación no sería más que un inmenso cementerio.

Además, mi hijo ya se lo ha dicho: Dejad que los muertos entierren a sus muertos.



Charles Péguy, El misterio de los Santos Inocentes, Encuentro, 1993, pp. 9-11.

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